
Pongo Aqualung en mi Walkman y le doy play a “Slipstream.”
“The products of wealth / push you along on the bow wave / of their spiritless undying selves.”
Miro por el picture window del Club AFDA en el Condado. El día está nítido. Se ve la línea del horizonte que separa el cielo azul claro del azul marino y sus bandas de olas que vienen, una detrás de la otra, a parar en la del Sheraton.
Frente al AFDA hay un arrecife que se extiende hacia el Atlántico unos cien o doscientos metros. Más allá, a un cuarto de milla, está el pico. Se alcanzan a ver los line ups de los surfers que esperan pacientemente, sentados en sus tablas. Tratan de escorear una derecha de las chorreras que han hecho famosa a la Playa del Sheraton como una playa para beginners.
Ya quisiera yo estar en el line up, junto a los demás gremazos, en mi Owl Chapman, vieja y dingeá, pero perfecta para darle cantazos, mientras aprendo a correr olas. Me la regaló Johnny, El Turista, hace un año, y a caballo regalado no se le mira el colmillo.
Tengo que tener paciencia. El almuerzo de los sábados en el AFDA es un must. Toda la familia se reúne y hay que dar la cara. Especialmente desde el divorcio. Ya tú sabes cómo es eso.
La mañana está perdida. No pude salir temprano a correr olas. En la tarde, el crowd de surfers crece demasiado, y se vuelve challenging tratar de agenciarse una ola cuando los locales tienen first dibs. Dropearse en medio de la corrida es siempre peligroso. Mejor esperar a mañana por la mañanita. Borrón y cuenta nueva.
Mientras Papi y mis abuelos terminan de almorzar en el restaurante del primer piso, subo al segundo, a la barra, donde hay otro picture window, y además un telescopio que los miembros usan para ver a los surfers escorear sus olas.
Me pregunto si El Turista está en el line up. Los miembros están abajo, almorzando, y puedo ver por el telescopio, tranquilo. Miro al pico buscando a Johnny. Es el único rubio americano del line up, pero pasa tanto tiempo corriendo olas que tiene la piel curtida y marrón como los cocolos de Aviones en Piñones.
Lo veo por el telescopio. El Turista es un caballo, es un duraco en el deporte. Es miembro varsity del equipo de natación de San Ignacio. Siempre me dice que lo difícil de correr olas, no es tanto poncharlas sino llegar al punto, paleteando por los canales entre los arrecifes llenos de Cuernos de Alce. En la del Sheraton es más fácil, pero igual hay que estar en forma para nadar hasta el pico y esperar, midiendo para no perder el turno, diez o quince minutos entre cada ola grande. Escorear y volver a empezar.
Johnny es el próximo. La ola viene, levanta el line up. El Turista da la señal, “Voy,” los locales lo dejan pasar. Es una ola más forgiving, más acostá, de unos cuatro pies. Johnny escorea. Va suavecito. Primero en cuclillas, y después he takes off. En el medio de la tabla, parriba y pabajo. Te digo que es un caballo.
Lo sigo con el telescopio. Es una derecha. Veo que alguien se aparece y se la quiere josiar. Pero El Turista es cool como un cucumber, y no se deja asustar. Sigue corriendo su ola como si nada. Los dos compiten por agenciarse la ola, en la cresta, por unos segundos, pero al final el impulso del Turista es demasiado fuerte y deja atrás al interloper, que termina prendío.
El Turista es impecable en sus modales. Siempre es considerado con los locales. Lo primero que hace cuando llega al line up es dar los buenos días, y cambiar impresiones.
“Saludos muchachos. ¿Cuáles son las reglas? Tengo jugo y sándwich en la playa, ¿quieren?”
Se informa sobre quién es quien, y cuál es el pecking order ese día. Nunca entra en la ola primero. Siempre se queda para el final. Y así todos lo quieren bien. Estoy seguro que hoy no será la excepción y el que saldrá mal es el chamaco que se la josió.
Bajo las escaleras y salgo del AFDA para confirmar que Johnny está en la playa del Sheraton, que mis ojos no me han traicionado. Efectivamente, ahí mismo, en la Calle Cervantes, está estacionado Grandpas Car, la carcacha del Turista, un Pontiac Ventura II de seis cilindros, color moho, que le regaló su abuelo para su cumpleaños. Miro por la ventana y reconozco su toalla, sus baggies y lycras extra. Debe haber llegado temprano para encontrar parking aquí, frente a las escaleritas y la pared de concreto de la playa. Pasarán horas, antes de que termine su día.
Me regreso al AFDA y le pido a Papi que me deje volver a casa antes que sea muy tarde. No quiero perder todo el día en el Club. Me da permiso. En el baño me cambio de ropa. Me pongo los baggies, la camiseta Playero, el gorrito, y los guantes Breaking Away. Chequeo que tengo todo en las bolsas, la toalla, la cartera, el Hawaiian Tropic, los cassettes tapes, las paletas. Me pongo los audífonos del Walkman, y me monto en la camella para hacer el viaje corto a Ocean Park, donde voy a pasar la tarde en la playa del Último Trolley.
***
Llego al Parque Barbosa justo cuando empieza mi favorita, “Aqualung”.
“Sitting on a park bench, / eying little girls with bad intent / Hey Aqualung.”
Me desmonto, me quito los audífonos, pongo el Walkman en la bolsa para disimular, y camino a la playa. Ya me lo imaginaba. Ahí está Daniel Hock tirado en su toalla, en la arena caliente frente al mar, dormitando boca abajo, con sus pantaloncitos coloraos y cortos, su ancha espalda color marrón, brillante porque tiene una capa sólida de Hawaiian Tropic.
Hock (como sabes, nadie le dice Mr. Hock), es uno de nuestros maestros de inglés en San Ignacio. Se lleva muy bien con todos nosotros. Es un americano de California que vino a pasarse unas semanas en Puerto Rico y se quedó a vivir, por lo menos por una temporada.
Le debo par de asignaciones y estoy atrasado en su clase donde nos estamos leyendo dos novelas de Nathanael West. Es popular porque parece más joven que la mayoría de nuestros maestros, y le gusta traer música de los Beatles y los Rolling Stones a sus clases. En la última oímos “Mother’s Little Helper,” y hablamos sobre la degeneración de la cultura y del sueño americano.
Me paro al lado de él con el sol detrás. Mi sombra larga le cruza el cuerpo, lo siente y se da cuenta. Vuelve la cabeza y se pone sus gafas de sol antes de hablarme.
“Ah, it’s you, Padrino.”
Hock se conoce todos nuestros apodos y se sabe todos nuestros cuentos. Pero no sabe hablar ni una gota de español. Eso sí, lo entiende a las mil maravillas.
“Alexander the Great offered Diogenes anything he desired. Do you know what he asked for?”
“No sé, ¿qué?”
“Diogenes asked Alexander to move out of the way because he was blocking the sunlight.”
“¿Y quién es Diógenes?”
“Sometimes I could throttle you!”
Hock se para y hace como si me estuviera estrangulando.
“Why don’t you join me? Did you bring the paddles?”
Hock sabe que vengo todos los sábados al Último Trolley a tomar el sol, a broncearme, y a esperar al Santo para jugar Paddle Ball o Backgammon. Antes de contestarle, miro a todos lados buscando a Víctor, pero no lo veo.
“Aquí las tengo.”
Pongo mi toalla en la arena. Saco el Hawaiian Tropic, las paletas y las bolas, y se las enseño. Hock toma una de ellas y me hace señas para que bajemos a la orilla para jugar.
El Último Trolley es perfecta para jugar paletas. Las olas rompen constantemente y dejan una superficie perfectamente lisa de arena, sobre la que se puede jugar sin temer obstáculos que le hagan daño a uno.
Hock tiene una melena como la que usa John Lennon, pero es mucho más apuesto, y tiene los ojos verdes. Es alto y musculoso. Sabe jugar mejor que yo, y me gana los dos partidos. Decidimos parar y se tira al mar. No sabe nadar.
Cuando regresa todo mojado, me pide la toalla.
“Do you like the Beatles?”
Antes de su divorcio, los Beatles eran mi banda favorita. Ahora prefiero otras: Jethro Tull, Emerson Lake and Palmer, ELO. Pero le debo asignaciones a Hock, y como sé que a él le gustan, le sigo la corriente.
“Sí. Tengo quemá ‘Nowhere Man’ de Yesterday and Today.”
Es verdad. Algo de esa canción siempre me ha gustado. Su escala menor me da pena, y me recuerda a Hock.
“Why don’t you come over to my pad? I have a collector’s edition of that record I can show you. It’s very strange.”
“Okey.”
Recogemos nuestros tereques y caminamos la corta distancia a su apartamento. Hock vive en el sótano de una casa de dos pisos a una cuadra de la playa. Es un apartamento pequeño pero cómodo. La brisa del mar lo cruza de un lado al otro y me refresca el cuerpo cocinado por el sol.
“Would you like something to drink? A Medalla?”
“Agua, por favor.”
Hock me sirve un vaso grande de agua con hielo y desaparece. Cuando regresa se ha puesto una camisa diferente y trae en la mano el disco. Se sienta al lado mío en el sofá y me lo enseña.
La portada del disco es muy diferente a la que yo tengo. La mía muestra a los Beatles sentados dentro de unos baúles grandes con sombrillas abiertas. La que Hock me enseña, muestra a los Beatles vestidos con delantales de carniceros, todos ensangrentados, y rodeados de muñecas decapitadas.
“What do you think?”
Sé que es otro examen, pero no sé cuál es la respuesta correcta.
“Es bien rara.”
“Yes, it’s rare.”
Como te dije, Hock no sabe hablar español.
“Quite valuable, actually. I found it in a little record store, during a trip me and my buddies took to Hawaii where we went surfing. Here, let me show you some pictures.”
Se me hace difícil imaginarme a Hock como un surfer, pero le sigo la corriente y me hago el interesado. Hock busca un álbum grande de fotos y lo pone sobre la mesita frente al sofá. Lo abre y me enseña las fotografías. Son de Hock y sus amigos en las playas de Hawaii. No veo una tabla ni por los Centros Espiritistas.
Podrían estar en Puerto Rico, excepto por un detalle. Todos están en pelota. Nadie tiene puesto su traje de baño.
Incómodo, de pronto, desvío la mirada, me termino el vaso de agua, y me levanto del sofá.
“Tengo que regresar a casa. Se hace tarde. Lo siento.”
“I’m sorry.”
Hock se ve confundido. No se levanta.
“I wanted to show you the rest of my collection.”
“La próxima. Nos vemos el lunes en San Ignacio.”
Salgo por la puerta más rápido que ligero, sabiendo que no habrá una próxima vez.
***
El domingo a las cuatro de la mañana El Turista me recoge frente a casa en Ojeda. Está bien oscuro todavía, pero puedo ver su Dick Brewer single-fin, double-wing, swallow-tail, amarrada al rack de la capota de Grandpas Car. Las luces de la calle se reflejan en la laca brillante de la tabla. Salgo de casa con mi Owl Chapman bajo el brazo. Las amarramos juntas, hacen parejita.
Tenemos que salir temprano porque vamos a Hallows beach en Arecibo y el viaje nos tomará como dos horas. Es mi graduación de gremazo. McDowell pronosticó anoche un frente de frío, y las olas deben estar explotás.
Durante el largo viaje dormito. El Turista pone Face the Music de ELO en el tocacintas, y cranquea “Waterfall” para irnos despertando. Le hago a Victor el cuento triste de mi visita al apartamento de Hock el día anterior. El Turista me oye con paciencia. El eco de la voz de Jeff Lynne retumba en las Bose de Grandpas Car.
“Love is all, waterfall, love is what you are. / Pulls you in, takes you down, it’s a sad affair.”
El Turista se queda pensando en lo que le he dicho, pero no me dice nada. Seguimos el camino flotando en las aguas turbulentas de la canción.
Johnny va mucho a Hallows y los locales lo consideran un miembro honorario de la playa. Me lleva para presentarme a los corillos de Arecibo, cosa de que pueda ir por mi cuenta en el futuro. Victor sabe como manejar estas cosas bien. Tu lo conoces.
Hallows es una playa con reef breaks y olas derechas bien chupás que rompen sobre los corales. Es la primera vez que trato de correr olas más grandes. Sé que no podré correr las pequeñas porque son espumosas y te tiran al arrecife que está lleno de Fire Corals y erizos.
Estacionamos el Pontiac Ventura a las afueras de la playa. Descargamos nuestros tereques y tablas. Caminamos entre la maleza de uvas playeras, y llegamos a la playa justo cuando el sol está saliendo por el horizonte. El mar está glaceao. Las olas parecen de cristal. Very nice.
Dejamos todo en la playa y nos detenemos a contemplar al arrecife.
El Turista mide el camino. Para llegar al pico hay que saber entrar, pasar la espuma, paletear para afuera. Las olas están grandes. Una vez afuera hay que tener cuidado con “La Peña,” un arrecife famoso, lejos de la costa. El Turista me da la última lección de surfing.
“Puedes terminar clavao en los Cuernos de Alce,” me dice. “Duck dive, cuando llegues a la espuma, ahorra tus energías, lee la corriente. Y sobre todo, pop up temprano, no esperes a que el lip de la ola esté por romper sobre ti, de esa forma tendrás más control sobre la tabla y no te irás over the falls. Y recuerda, si la ola te prende, lo importante es paletear como un loco y salir de la galleta.”
Antes de entrar, para tranquilizarme, El Turista prende un gallo. Lo fumamos mirando el arrecife, anticipando el chorro, imaginándonos el Duck Dive, cosa de salir paleteando duro para el pico.
Johnny takes a drag y rompe el silencio.
“He estado pensando en lo que me dijiste antes sobre Hock. Está cabrón, broqui. Pero mi consejo es que no le des mucha cabeza al asunto. Piensa que es como el remolino del arrecife, o como el tubo de la ola chupá, que te quiere tirar contra los Cuernos de Alce. No será ni la primera ni la última vez que te vayas over the falls. El asunto es perderle el miedo al tortazo. Salir a flote, paletear, y prepararte para correr la próxima ola. Es tu vida y tu ola después de todo.
El sol pica. Alguien tiene puesto Aqualung. Escucho la voz de Ian Anderson que canta,
“And you spin in the slipstream / timeless – unreasoning / paddle right out of the mess.”
Nos tiramos al agua a paletear como locos para llegar al pico donde ya nos están esperando los locales en su line up. Nos vamos al final de la fila y nos presentamos. El corillo reconoce al Turista y nos dan la bienvenida.
“Voy,” dice uno de ellos, y se prepara para correr la primera ola del día. Una derecha chupá.
“Dale,” decimos a coro.
Estamos committed. Y, como tú, Carlos, nos llenamos de esperanza frente al mar.
One response to “Over the Falls”
Muy bueno!