El semestre que viene enseño un curso sobre latinos y migración en la literatura más reciente. Encontré una novela gráfica (lo que mi generación llamaba un comic) de Edel Rodríguez publicado este año, titulada Worm.
El título es una referencia al insulto deshumanizante que se usaba desde los años sesenta para discriminar en contra de los cubanos que escaparon de su país después de la revolución. Edel Rodríguez es un dibujante famoso por portadas políticas en revistas como Time.
La novela cuenta la historia de su niñez y de su escape espeluznante de Cuba en la ola inmigratoria conocida como los Marielitos que salió del puerto con ese nombre.
La novela establece un paralelo entre la revolución Cubana de 1959 y la insurrección Americana de enero 6 en el 2020. Rodríguez lo logra mediante el uso de dos colores. El verde oliva y el rojo son los dos colores principales asociados con los uniformes militares y con la ideología incendiaria en ambos movimientos.
El libro abre con un dibujo de dos páginas que ilustra la llegada de los Barbudos a la ciudad capital, con el capitolio de la Habana en el trasfondo. Y cierra con un dibujo paralelo de insurreccionistas en Washigton DC, atacando el capitolio que se ve al fondo.
Las dos banderas nacionales ondean. El color rojo del triángulo y las barras resalta. El color azul se ha vuelto negro.
Los colores y el paralelo me hicieron pensar en mi propia niñez y en los colores que la dominaron. El azul de la Palma, el partido político de mi abuelo, estaba por todas partes en mi imaginación y en mi realidad.
Desde los uniformes de los policías y sus motocicletas apostados a la entrada de mi casa durante los explosivos años setenta, hasta las garras azules de Coco, el toy poodle de mi abuela que la acompañó en la Fortaleza durante sus últimos dos años de vida.
El rojo, era para mí el color de los enemigos Populares.
Cuando llegué a los EEUU para estudiar agradecí que el azul fuera el color de los demócratas, y el rojo fuera el color del partido republicano de mi abuelo. La confusión me ayudaba a escapar la calle sin salida de la política puertorriqueña.
Pero hoy, la política continental se parece mucho a la de la Isla, y la lucha entre los partidos y sus colores es otro duelo a muerte.
Edel Rodríguez ve su realidad a través de un cristal rojo y verde oliva revolucionario. Yo la veo a través de un cristal rojo y azul partidista. “La vida es como una pintura, cada cual ve el color que le ayuda,” cantaban Rubén Blades y Willie Colón en 1977.
No hay duda que los colores dominantes de nuestra niñez son los cristales que usamos para ver la realidad.
La pregunta es, si los colores de la novela de Edel Rodríguez pueden llevarnos más lejos del cristal con que se mira.