
Amanece y bajamos de las montañas de Idaho a la cuenca de Wyoming a 70 millas por hora en nuestro RV, que llamamos el Millenium Falcon, porque tanto Kelly (mi esposa) como yo, somos fanáticos de La guerra de las galaxias. Vamos camino a Tennessee, de regreso a casa.
Con dos mil millas por delante, ponemos un CD con la música de la película. Suenan las trompetas y los fagots marciales del famoso tema de John Williams, mientras cruzamos al altiplano de Wyoming.
Las estepas me recuerdan mis viajes por el bosque seco de Guánica. La festuca de los prados y el pasto de trigo son muy diferentes de los árboles y arbustos espinosos de la sábana del sur de Puerto Rico, pero el aire seco, el calor, el cielo ancho, las nubes grises, todo me recuerda los viajes de mi niñez a Ponce.
Bien mirado, el altiplano americano es como un mar seco que se extiende hasta el horizonte.
Viajamos por la I-15 hasta llegar a Dubois. Hacemos parada en un lugar de descanso de la autopista.
El trombón y las trompetas del tema de Darth Vader retumban en las bocinas del Millenium Falcon. Nueve notas anuncian la llegada del comandante supremo de las tropas imperiales.
Cuando salgo del baño, en el vestíbulo del lugar, leo unas tarjas de información sobre las guerras indias del siglo XIX.
El coronel Nelson A. Miles cruzó las estepas de Wyoming a la cabeza de 450 tropas para detener a Hinmuuttu-yalatlat (Trueno que baja de las montañas) antes de que hiciera piña con el temido jefe de la nación Sioux, Sitting Bull. Miles interceptó a Hinmuutu-yalatlat en Wyoming, y así se ganó la guerra contra la nación Nez Percé en 1877.
Veinte años después, Miles era comandante general del ejército americano. En 1898, desembarcó en Guánica con 3000 tropas. La guerra Hispanoamericana terminó tres semanas después de la invasión.
Dicen los historiadores que mientras Miles navegaba por la costa de Puerto Rico, recordaba las estepas de Wyoming.
“A quien conoció las planicies del Oeste hace un cuarto de siglo, esto le recordará una manada de enormes lobos grises avanzando con cautela y sigilo en las sombras de la noche, o en la tenue luz que anuncia el amanecer para atacar su presa,” escribió Miles, mientras contemplaba sus barcos de guerra.
Le hago el cuento a Kelly que me mira y me dice, “es la segunda cosa que une a Idaho y a Puerto Rico.”
Mi familia política es de Idaho, y Kelly se refiere a nuestro matrimonio.
En la radio se oyen los oboes dulces y las flautas románticas del tema de Han Solo y la princesa Leia.
En nuestro Millenium Falcon, cruzamos el mar imaginario de la cuenca de Wyoming, bajo la tenue luz del amanecer de las planicies del Oeste.
Trailers grises enormes nos rebasan. Me recuerdan los barcos de Miles. Y pienso que todos somos un efecto imprevisto de las guerras entre los imperios.
2 responses to “Los barcos de Nelson A. Miles”
Excelente!!!!!!!!!
Gracias por leerme, Tere!