Luis José Rodríguez es el patriarca de una familia de puertorriqueños que se muda a un pueblo en el condado de Hampden, Massachussets, en la primera novela de Elba Iris Pérez, The Things We Didn’t Know (2024), publicada por la prestigiosa Simon & Schuster.
Rodríguez forma parte de la oleada de puertorriqueños que salió buscando trabajo a raíz de la industrialización de mediados de siglo veinte, y termina en un pequeño y aislado pueblo de Nueva Inglaterra llamado Woronoco.
Rodríguez es el padre de Andrea, la protagonista de la novela, que cuenta su vida y milagros, y la de su hermano Pablo, su padre y su madre durante aquellos años. El pueblo, solitario y remoto, se va poblando y después despoblando de puertorriqueños, todos relacionados a Rodríguez.
La novela comienza con un accidente de carro, con una reversa, o un viraje de la madre, que será el primero de muchos, que llevarán poco a poco, al vaciado del pueblo, hasta que la comunidad puertorriqueña se borre completamente de la memoria colectiva de los habitantes de la región, como si nunca hubieran estado allí.
La novela es un intento de salvar la memoria de esa comunidad. El libro es una campana de cristal que preserva el mundo perfecto del padre.
El problema está en que lo que es perfecto para el padre, un mundo protegido, cerrado, seguro, en medio de la inseguridad radical disparada por la operación Bootstrap, es un infierno y una cripta para todos los demás: para la madre y los hijos.
Eventualmente todos dan reversa, uno detrás del otro, hasta que no queda nadie en el pueblo. Andrea es la última en irse, pero lo hace sin dejar de idealizar a su padre, no obstante sus profundos defectos.
La novela es más que el cuento de los Rodríguez. Es también una historia universal. Andrea es como todos nosotros. Aprendemos, a veces a la fuerza, que nuestros padres no son lo que queremos que sean, ni nunca pueden serlo.
Y con esto no me refiero a que todos somos seres imperfectos, aunque esto es la verdad. Me refiero a que el nombre aparentemente seguro y cierto de nuestros ancestros, oculta una gran inseguridad y una incertidumbre profunda.
En este sentido el nombre del pueblo es significativo. Woronoco es un nombre curioso en la lengua Algonquio, uno de los pueblos indígenas más grandes del Noroeste de los EEUU y Canadá. El nombre quiere decir “darse la vuelta,” o “dar reversa,” en puertorriqueño.
La reversa del carro de la madre abre la novela. Su chillido lleva a los “truenos” de los trenes que pasan por Woronoco. Su silbato melancólico es el otro lado de la novela. Su música ominosa es el reverso de los cuentos que nos hacemos para preservar nuestros mundos.
La “o” repetida de Woronoco nos recuerda que, a pesar de nuestros esfuerzos nostálgicos por preservar el pasado, nuestros nombres ya contienen su reversa, el misterio de nuestro origen.
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¡Muchas gracias!